Recuerdos de mi barrio: Los Lecheros

Escribe Feliciano Eusebio Álvarez

Año 1920, la ciudad progresa, tomando un auge espectacular, comienzan las obras de las casas baratas, se construye en Flores Sud el Barrio Cafferrata. El intendente no para y se anima, y trata de darle a la ciudad otro aspecto. Con sus inquietudes que parecen desprolijas y faraónicas. La primera por la rapidez en resolver, y la segunda por la grandeza de la obra a emprender, y es así que el Dr. Cantilo manda construir un edificio que sería el más alto de Sudamérica, el denominado Pasaje Barolo.

Los habitantes del barrio también estaban contentos, pero no por las obras que se realizaban en flores y en el “trocen”, sino porque llegaba el cartero a entregar las cartas a domicilio, ya no había que ir a buscarlas a la posta, ni a la agencia del Correo. En algunos sectores no podían entrar caminando los pobres carteros, y hacía el reparto montados a caballo.

También causó gran alegría la llegada a las arterias menos pobladas e intransitables, de los lecheros, grandes servidores todos ellos, “minga” de fallar, llegaban todos los días con su preciada mercancía, con sol, agua frío, y por qué no decirlo, aunque cayeran piedras. A veces dejaban el “carrito” en Provincias unidas, hoy juan Bautista Alberdi, y se metían a “pata” chapaleando barro hasta las rodillas, y así podía cumplir con sus clientes.

Quien no haya vivido en esos años en nuestro barrio, no puede imaginarse lo que era caminar por esas calles, todas de barro, con zanjas que tenían dos metros de ancho y una profundidad que para qué les voy a contar, y si a esto le agregamos que no había veredas, en días de lluvia, transitar en ese estado era más difícil que “hoy un laburante sea bacán”.

Los lecheros fueron amigos de sus clientes, eran un familiar más. Si faltaban las “chirolas”, los pibes de todos los hogares igualmente tenían su desayuno, jamás les iban a fallar. Entre los fieles servidores de la “primera hora” había varios de nacionalidad española, de las provincias vascongadas, y mencionaré a algunos de ellos: Francia, Etcharre, Miguel Olaechea, Iribarren, Don Juan Aramburu, Pedro Mayo, Garibotto, Meilán, José clérici, Fermín Iriarte, Magariños, Napoleón Lipara, Valentín Moro, entre otros. Dos se distinguieron por distintos aspectos dignos de destacar. Nicolás Usueto que vivía en Cafayate al 1700, ya que elaboraba una manteca exquisita, no había “camelo”, era “merca” de primera. El otro, Lique Echegaray por su vestimenta. Lengue blanco, “samica” de seda, pantalón fantasía y zapatillas blancas acharoladas, parecería un “jailaife”. Para mejor tenía un carrito bien “camba”, que en los tableros de los costados de su carrocería una inscripción que decía “Vas mal corazón, volvete”. Si a todo esto le agregamos un caballito blanco hermoso con su montura revestida con apliques de bronce, a decir verdad, había ahí más brillo que la casa Escasany.

Varios de estos honrados trabajadores paraban en el garaje de Tellier y Tandil, también de “vascos”, y alternaban sus horas de descanso en la cancha de pelota a paleta ubicada en Av. Del Trabajo y Murguiondo.

Y aquí no para la cosa, teníamos los otros lecheros. Al promediar la década comenzaron a transitar por las calles de nuestro barrio unos hombres con vacas lecheras, casi todos inmigrantes italianos, que vinieron a nuestra Argentina, luego de padecer los estragos de una guerra que fue la mundial, habiendo estado algunos de estos en el fragor de la lucha, junto a su artillería.

Estos también sufrieron las inclemencias del tiempo. Truenos y lluvia no los amedrentaban. Si antes habían estado al lado del cañon, hoy los hacían “al pie de las vacas”. ¿Ustedes se imaginan lo que era para estos humildes servidores, dignísimos seres humanos, ordeñar para cumplir con sus clientes? Jamás una queja, al contrario siempre trabajaban a gusto, siempre contentos. A veces tarareando una canción de su lejano terruño y otras silbándola. Cómo no iban a estar alegres si habían salido de una terrible guerra.

Por Ordenanza Municipal, todos estos lecheros reñían que tener un corralón con sus correspondientes pesebres para albergar a los animales, y aquí en el barrio aún quedan algunos, claro está ya no se usan como tales, en su mayoría fueron convertidos en “taller mecánico” o pequeñas industrias. Recordaremos la ubicación de algunos de ellos y a sus dueños. En Zelada al 6000 estaba Dimarco, el de la familia Labeta en el 6200 y el de Mazzoni en el 6600 de la misma arteria. Más al Sur estaban los de Guglielmo, padre de Tore y plácido, y luego se ubicaba el de los Risso, también padre e hijos, estos dos últimos en Guaminí entre José enrique rodó y Tapalqué.

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Esta es una breve reseña del paso de la legión de los lecheros por el barrio, compuesta de hombres honrados, trabajadores, solidarios, que llegaron a nuestro país con deseos de formar un hogar, y dar de sí todo lo que puede dar un ser humano con su esfuerzo y sacrificio. Y cumplieron con creces, y vieron cómo se cristalizaban sus sueños, y bien lo merecieron porque ayudaron y respetaron al prójimo, y le dieron progreso al barrio y a nuestra querida Argentina.

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