Escribe Karina Micheletto (para la Cooperativa EBC)
La negativa a vacunarse es una postura no extendida en la Argentina, pero sí cuasi inamovible, una suerte de lugar ideológico. También lo es la “militancia” por la vacunación, con argumentos que van desde lo sanitario a lo social, lo empático, lo colectivo. ¿Qué pasa cuando este antagonismo aparece en el consultorio médico? ¿Qué sienten los trabajadores de la salud cuando ven cuadros graves que podrían ser evitables con la vacuna, o cuando personas en riesgo por sus comorbilidades les plantean que no se van a inocular? ¿Hay estrategias posibles para explicar, convencer, o la cuestión va por fuera de los argumentos lógicos y racionales? Y en esos casos, ¿los médicos pueden negarse a atender?
Como un capricho
Jorge Rodríguez es médico de la guardia del hospital Ramos Mejía; asegura que en estos años de pandemia ha visto “de todo” en las diez camas de la sala que tiene a cargo. Con pragmatismo concluye que “no lo sorprenden” los no vacunados que llegan graves a la consulta.
Cuenta que lo más habitual es que, frente a esta situación ya consumada, los pacientes pidan por la vacuna. “Atraviesan internaciones largas que son difíciles, se dan cuenta de que lo podrían haber evitado. Ahí ya no hay mucho para hacer y no tiene sentido hacer sentir peor al paciente. Uno los acompaña y les da las pautas de lo que tienen que hacer cuando salgan de la internación, entre otras cosas, vacunarse pasado un tiempo”, comenta.
Claro que ha visto casos distintos: “Un paciente epoc, con la capacidad respiratoria comprometida, llegó con covid bastante delicado. Aun con ese cuadro, seguía insistiendo en que no se iba a vacunar”, relata.
¿Qué hace en esos casos? “La verdad, no hay mucho margen. Ese grado de testarudez no se puede revertir, yo lo veo como un capricho. Pero nunca dejamos de dar las pautas médicas. Tratamos de aconsejar, de convencer de a poco. Sin insistir demasiado porque también puede volverse en contra. Yo les cuento casos que traté. Comparo lo que veo con la vacuna y sin la vacuna. Luego, al no ser obligatorio, está en cada uno seguir la prescripción de la vacuna o no”, cree.
Cuestión de fe
La médica ginecóloga Laura Ariel trabaja en el hospital Durand y atiende en su consultorio.
Ariel cuenta que es frecuente encontrar entre las secuelas de la Covid alteraciones del ciclo, por tanto siempre surge el tema de la enfermedad y la vacuna. Y que en el consultorio aparecen, cada tanto, quienes manifiestan que no van a vacunarse, o que no van a darse la segunda dosis. “No se ve en el hospital, pero sí en una clase media acomodada. Uno de los discursos más frecuentes es ligarlo a la vida sana, mucho más que a la industria farmacéutica”, cuenta.
Describe como una suerte de impotencia la imposibilidad de contraargumentar las ideas antivacunas: “Son inquebrantables, es una grieta”.
Y lamenta que haya quienes, incluso con comorbilidades, estén cerrados a estas posturas. “Tengo una paciente que tiene una enfermedad de debilidad muscular, ahora está en silla de ruedas. Es recontra de riesgo. No piensa vacunarse, y lamentablemente siento que no escucha ningún argumento, es como una cuestión de fe”, se apena.
Pediatría, ese lugar clave
Al cierre de esta nota, según los datos del Monitor Público de Vacunación cruzados con los del INDEC y el Registro Nacional de las Personas, en la Argentina había un 10 por ciento de la población mayor de 40 años sin el esquema de vacunación completo, cifra que en la Ciudad de Buenos Aires se reduce al 3 por ciento. Pero entre los niños y niñas de entre 3 y 11 años, esta cifra se eleva al 50 por ciento; entre los adolescentes entre 12 y 17 años, al 30 por ciento.
En este contexto el consultorio pediátrico se vuelve clave como lugar de información, aunque no es infrecuente escuchar en estos espacios un consejo particular dado a las familias: “Esperá”. No son, desde luego, la mayoría de los pediatras, pero se constata.
Noemí D’Artagnan es jefa del servicio de pediatría en el Hospital Tornú, y también atiende en el consultorio. En el caso de los antivacunas describe una actitud de clase, podría decirse aspiracional. Arriesga una hipótesis particular: “Estoy convencida de que si esta vacuna fuera paga y no incluyera a los hijos de todos, muchas de esas mismas personas estarían comprándolas para los suyos”.
D’Artagnan comenta que en el comienzo de la vacunación en niños y niñas de 3 a 11 años observó bastante resistencia, sobre todo en clases sociales medias y altas, pero con el tiempo las posturas fueron cambiando. Permanece, sin embargo un “núcleo duro” antivacunas. “Los argumentos son de todo tipo y color, hay posiciones ideológicas, políticas, adhesión a ciertas tendencias progres naturales, desinformación, hay un mix de todo”, describe.
E insiste en su observación: “Muchas veces estos discursos se desarman completamente cuando no hay acceso universal; entonces ahí son los primeros en querer acceder. Pasó con la gripe H1N1: toda la discusión pseudocientífica sobre la vacuna se apagó cuando se puso en venta, fuera de calendario, y fueron a comprarla”, asegura la pediatra.
¿Se puede elegir no atender?
Frente al planteo de “yo no me vacuno”, o “no vacuno a mis hijos”, hecho en un consultorio las respuestas son diversas. Para algunos es una limitante: eligen no seguir atendiendo a estas personas. Otros respetan, más allá de no compartirlas, lo que entienden como decisiones individuales y libres. En una postura intermedia, están los que siguen la atención pero sin dejar de expresar, una y otra vez, una oposición firme a estas posturas.
Ariel recuerda lo que “la respuesta que salió del alma” la primera vez que una paciente (a quien atendía desde hace varios años, además) le dijo “yo no me vacuno”: “qué bueno que viniste ahora para el control, porque no te voy a atender más”. “Le plantee que la próxima consulta sería la última”, recuerda. Dice que hubo quien le respondió, enojada, que estaba haciendo abandono de persona. “Pero en la cartilla de Osde hay más de 300 ginecólogos, puede elegir, no se está quedando sin atención. En cambio yo no puedo, me está exponiendo. Y a los pacientes de la sala de espera, también”, razona.
A pesar de esta respuesta que describe como visceral, la médica dice que es un dilema cada vez, porque por supuesto pesa el hecho de que son sus pacientes. “A esta mujer al final la seguí viendo, por cada vez que viene le digo que tiene una obligación pendiente no con ella, con los otros. Por lo menos trato de sembrar conciencia”.
Para Rodríguez, en cambio, debe prevalecer la libre decisión. “Nosotros informamos y explicamos, pero creo que cada uno tiene que hacer lo que quiera”, opina. Aunque admite que “genera un poco de bronca ver que el que no está vacunado y llega grave consume un montón de recursos del sistema de salud”. “Trabajamos el doble, ocupamos el doble de recursos, todo porque alguien tuvo las herramientas y no quiso usarlas. Es injusto desde ese punto de vista”, reflexiona.
“Yo creo que esto es como otras cuestiones de salud en las que el paciente elige no seguir las indicaciones médicas, es respetable. Pero sí cada vez que vienen vuelvo a indicar las vacunas, insisto cada vez y anoto en mi historia clínica que no quieren vacunarse”, cuenta D’Artagnan.
“Les explico que la tendencia a lo natural esta buenísima en un montón de aspectos, pero que los fundamentalismos no sirven para nada en este contexto. Que la vacunación es una decisión social y que hay que salir de la pandemia, porque vivir así se vuelve insoportable. Que salimos del sarampión gracias al plan de vacunación, etc. Pero bueno, hay discursos que son imposibles de revertir”, concluye la médica.